El parking de los sueños
Siempre diré que, todo el entrenamiento y toda la constancia que dedico para conseguir mis retos, sólo sirve para garantizarme estar en la salida con la ilusión y la confianza necesaria para darlo todo. Nada puede darme la meta, ya que cualquier carrera tiene sus imprevistos y el entrenamiento nos prepara de forma física y mental para afrontarlos.
Un triatlón tiene una dificultad añadida, que no es sólo una disciplina deportiva, hay que entrenar por tres deportes a la vez y prepararse para hacer la transición entre una o otra. Si sólo haces travesías, nadas, nadas y sigues nadando; si haces ciclismo, pedaleas, pedaleas y sigues pedaleando; si vas a correr, corres, corres y corres … Pero si vas a hacer un triatlón, debes prepararlo todo. En una conferencia sobre triatlón, la conferenciante (Ariadna Coll) dijo que un triatlón son 4 disciplinas, nadar, bici, correr y las transiciones, y mi experiencia personal me lo ha confirmado.
Una vez que ya he explicado toda la parrafada de inicio, vamos al lío, al día en que me levanté siendo un triatleta distancia sprint y acabé siendo un triatleta distancia olímpica.
El día empezó temprano, muy temprano, a las 6 (boxes abrían a las 7 de la mañana y había que dejar la bici) y aproveché para desayunar un poco más fuerte de lo normal (la carrera empezaba a las 8:30). Antes de las 7 de la mañana, hacía el checkout del hotel, y metí todo el material dentro del coche. Nos dirigimos a la zona dónde se realizaba el triatlón. Una vez aparcado el coche, recogí la mochila y la bici y nos dirigimos hacia la zona de boxes.
A las 8 menos cuarto ya habían cerrado boxes y faltaban 45 minutos para mi salida. Empezaron los nervios, no por lo que me quedaba por delante, sino por el primer paso, en éste caso, la primera brazada. Había mucha gente, muchísima y habían dividido la salida en 4 turnos. Yo estaba en el último. Tocaba esperar y mientras iban dando las diferentes salidas, intentaba centrarme en la orientación que decían para saber cómo era el circuito de natación. Y me planté en mi grupo para preparar la salida. Los nervios ya estaban haciendo mella en mí pero no era mi primera salida y no iba a dejar ahora que me entrara el pánico.
Las esperas siempre son complicadas
A las 08:30 daban la salida. Como en el maratón, al dar la primera brazada me relajé. Me centré en encontrar un hueco donde nadar con comodidad y algunos nadadores (imagino que por la resaca de la fiesta de la noche anterior) se cruzaban por delante. Pero a pesar de eso, iba avanzando hacia las boyas, utilizando la técnica aprendida y economizando, al máximo, energías para el siguiente paso.
Cada brazada nos acerca más al destino
Yo iba pasando cada boya con mucha calma, disfrutando de las vistas privilegiadas del puerto de Valencia, no creo que la gente tenga muchas oportunidades de visualizarlo desde el agua. Estaba haciendo el camino de vuelta y a mi derecha, veía los grupos de ciclistas que iban a tope. Me quedarían unos 300 m para llegar y ya estaba con la cabeza visualizando la parte de la bici. Antes de darme cuenta, ya estaba haciendo la transición de nadar a bici.
Después de un chapuzón a secarse
En el triatlón de Tarragona, utilicé para la parte de bicicleta, la mismas zapatillas que iba a usar para correr. Sin embargo para Valencia, debido a que la distancia era mayor, decidí utilizar las zapatillas de bici para la bicicleta y para la zona de correr, las zapatillas de running. Me calcé las zapatillas de calas y me dirigí a la zona de salida. Una vez que había cruzado la línea marcada, me subí en la bici y resetee el cuentakilómetros. El reloj de la bici marcaban las 09:09, y me quedé pensativo (¿sólo había tardado 39 minutos?). No le dí más importancia, y me centré en pedalear, que es lo que tocaba hacer.
El circuito de bici era de 10 km y había que dar cuatro vueltas. Utilizaba parte del circuito de F1 de Valencia, aunque la primera vuelta estaba más pendiente de conocer el circuito de bici que de ver el paisaje. El velocímetro marcaba sobre 30km/h de media y me iban adelantando las bicis como en una autopista. Un ruido que me sorprendió eran los pelotones que se iban formando. Todo era silencio, mi bici y yo, pero a veces oía un zumbido intenso, casi de moto, y al mirar de reojo, veía el grupo de bicis que se acercaban velozmente y me rebasaban sin dificultad, yo simplemente les miraba con cara de ilusión, cada uno hace su carrera.
Decidí ponerme para la bici, un bidón de litro de isotónico, otro de 750 ml de agua, 2 caramelos de glucosa y 1 barrita de proteínas. La barrita, me la comí en la primera vuelta (para permitir que mi cuerpo lo asimilara) y el caramelo lo tomé en la última vuelta. En el medio, mucho líquido que el calor empezaba a apretar. El asfalto era muy bacheado y en el km 7 se me cayó un bidón de isotónico, por lo que me paré a cogerlo, no podía arriesgarme a no tener líquidos, ya que suelo deshidratarme y ésto no era ninguna broma (se aprende mucho después de cada golpe en carrera) y a mi mente vino mi pájara en el Maratón casi 1 año antes. Fuí a un ritmo medio, encontrándome con ciclistas que nos íbamos animando ya que en la tercera vuelta sólo quedábamos los rezagados. En la última vuelta, ya habían dado la salida de la Triatlón Olímpica Femenina. Llegué a la zona de boxes y dejé la bici; me calcé las zapatillas de correr (sentado en el suelo porque no podía agacharme) y empezamos la última parte, la que me haría romper la barrera de mi mente.
Yo sabía que los primeros 2-3 kilómetros iban a ser difíciles, muy difíciles, ya que el correr es algo que viene al final y las piernas ya llevan 2 horas y pico trabajando. El cuerpo debe reamoldarse a la nueva disciplina y todo es complicado.
Todos los primeros pasos son duros
Leyendo y entrenando, me dí cuenta que esos primeros kilómetros debo hacer pasos muy, muy cortos, lo importante es la cadencia del paso, no la distancia. La verdad es que ya era una sensación que conocía, así que no me preocupaba, pero sí que notaba que el calor empezaba a ser agobiante. Aprovechaba cada avituallamiento para refrescarme y, sobre todo, para mojar mi nuca y mi cabeza. Poco a poco iban pasando los metros y los kilómetros, y yo notaba que las cosas volvían a su cauce, las piernas empezaban a funcionar y yo iba corriendo cada vez más erguido.
El entrenamiento ayuda a superar los baches
Ya estaba en la última vuelta y mi zancada ya era más natural, más parecida a mi pesada forma de correr, pero el calor era insoportable, en el penúltimo puesto de avituallamiento ya me pillé la manguera de agua y me mojé toda la cabeza y la nuca, lo que me hizo revivir de nuevo. Quedaban menos de dos kilómetros y sólo sabía que estaba hecho, que no tenía que preocuparme más que por disfrutar de esos metros finales. Poco, muy poco quedaba ya para acabar. Encaré los últimos 1500 metros y Maje me acompañó unos metros. Al igual que en el Maratón, al verla me emocioné, otro momento que estaba ahí y me dijo que ya estaba hecho, y que nos veíamos en meta. Encaré el último kilómetro con los ojos vidriosos, recordando todos los días y todos los kilómetros que he nadado, pedaleado y he corrido para acabar otro reto. Faltaban 500 metros para acabar, y ví a Elena esperando, me paré, le dí mi gorra, un beso y tras un gran «Te Quiero», y afronté la cuesta que llevaba a la meta con una energía desbordante. Última curva y apareció La Meta, esa meta que sólo se merecen aquellos que realmente sienten que quieren acabar.
Yo no soy un atleta profesional, ni siquiera un amateur, yo soy un loco que desea vivir y disfrutar de cada momento de la vida. Un día me atreví a soñar con correr y acabé un Maratón. Ahora hice la osadía de imaginar que acabaría un Triatlón Olimpico y la vida me ha premiado con dejarme cruzar la meta.
Gracias por ese gran regalo. Aquí tenéis mi meta.
Ciertas metas sólo son posibles para quienes lo merezcan